Por María Fernanda Rovaina
Mi
canto es lo único que mantiene este idilio.
Dice
la Náyade.
5:05 am: “cuando yo sentí de cerca tu mirar, de color de cielo (…)” suena la
alarma y al fondo, un glaucoma efímero revive en los ojos de Alejandra. Es una
fiel creyente de ese ritual de estirar los músculos antes de dejar la cama. Su
abuela abre la puerta del cuarto, trae el energizante venezolano por excelencia,
el café. La señora, intentando revivir su lado maternal guardado de hace unos
años, hace hincapié en que Alejandra tome su café. Le dice: “aprovecha que está caliente, y que es la
última taza que salió. Hoy se nos acaba el último paquete mi amor”.
Alejandra, anestesiada por los efectos nocturnos de los sueños intenta tomar el
primer sorbo.
6:10 am: “ayayay tu amor me enferma hasta ponerme tonta (…)” y un impacto
acaba con la música para regresar al lóbrego silencio. Un rayo de sol que se
cuela entre nubes decembrinas resquebraja el ojo izquierdo de Kevin. El señor
Pedro, un hombre moreno, alto y musculoso, no puede negar su estirpe con Kevin,
su hijo. Este decide verificar que el mismo se haya despertado. “Kevin, Kevin levántate. Los huevos están
listos, y ya sabes que si no te apuras tu hermano se los come. Y ese era el
último cartón que nos quedaba.”
7:12 am: La estación La California,
del metro de Caracas, caracterizada en la mañana por adoptar a estudiantes de
la Universidad Santa María, recibe a Alejandra y a Kevin. En tres vagones de
distancia, al llegar a dicha estación emprenden su carrera a la parada de
autobuses que se dirigen a la universidad diariamente.
7:20 am: La parada de autobuses tiene
como principal misión aniquilar cualquier conmoción axiomática que haya logrado
adentrarse en cada estudiante a tan temprana hora. La anarquía se presenta
cercanamente a cada persona allí presente. Alejandra tiene 15 minutos frente al
quiosco, ese que está frente a la bomba. La cola no se mueve y cada vez llegan
más personas. Kevin ya está vía a la universidad.
Los alrededores del Unicentro el
Marques son la verdadera alarma de los estudiantes. Intentar no desesperarse o
sentir ansiedad desde el vagón hasta montarse en el autobús, es prácticamente
imposible. Rodeados de semáforos, carros abusando del sonido de sus cornetas
para que los carros avancen mientras intentan no atropellar a los estudiantes
que se abalanzan sobre el rallado, cruzan desde la estación hasta la bomba de
gasolina, de esta forma llegan rápidamente a los autobuses.
7:48 am: Alejandra se baja del
autobús. Por fin llegó a la universidad. Se dirige a la feria para desayunar.
Kevin está sentado en la misma con sus amigos. Conversan sobre la victoria del
Real Madrid el día sábado.
8:00 am: “Por favor me da una empanada de queso para llevar y un nestea” le
pide Alejandra al cajero que tiene cara de maratonista recién pasada la meta
–cara de cansado pues-
No tienen bolsas para llevar. No
llegan hace mucho tiempo.
8:30 am: Kevin está sentado de
primero en el salón de clases. No le gustan las morochitas que hablan de los
premios EMAS en medio de la clase. Él sabe que en la clase del profesor de Diseño
Gráfico hay que prestar atención. Enredarse es mas fácil que tejer sin saber
que es una aguja. “quítense todos los
accesorios o prendas de valor que puedan tener. Es un riesgo.” dice el
profesor a sus estudiantes.
La ansiedad, miedos y preocupaciones
son intérpretes primordiales de esta ciudad. Desde que el sol decide alejarse de
su entorno magistral para brindarnos su luz, esta ciudad es azotada por
distintos factores que nos agobian. Desde factores que pueden ser tan pequeños
que a veces no tenemos capacidad de comprender el efecto que causan en
nosotros. El hecho de que al abrir los ojos sintamos que nos adentramos a una
batalla es una cachetada a ese intento que hacemos todas las noches por creer
que el día siguiente será mejor, es una burla a esa creencia. Aun miles de
venezolanos, y en este escrito hago hincapié en el caraqueño, optan por
acostumbrarse a este estilo de vida. ¿Cómo huir de el? Es imposible. El caraqueño opta por buscar el lado positivo
del asunto.
10:30 am: “chamo vámonos ya, al parecer los motorizados van a trancar frente al
Unicentro y los autobuses no van a seguir subiendo.” Un amigo a Kevin.
Alejandra escucha el rumor de pasillo y opta por irse rápidamente a la cola de
los autobuses para bajar lo más rápido posible. La corredera no para.
Caracas se ha convertido, como diría
Cerati en “la ciudad de la furia”. Aquí las sorpresas no paran. Las noticias y
rumores no paran. La corredera no cesa. La angustia no se va. Los caraqueños se
han convertido en esclavos de una ansiedad que se ha vuelto inquilina de sus
entrañas. Pero como siempre, algo bueno hay que buscar ¿no? Y es por eso que el
Caraqueño es considerado audaz, tiene ojos hasta en la espalda, optimista,
trabajador y sobre todo, venezolano.
Ah, y el Ávila. Siempre tendremos El
Ávila.