lunes, 10 de noviembre de 2014



Por María Fernanda Rovaina



Mi canto es lo único que mantiene este idilio.

Dice la Náyade.

5:05 am: “cuando yo sentí de cerca tu mirar, de color de cielo (…)” suena la alarma y al fondo, un glaucoma efímero revive en los ojos de Alejandra. Es una fiel creyente de ese ritual de estirar los músculos antes de dejar la cama. Su abuela abre la puerta del cuarto, trae el energizante venezolano por excelencia, el café. La señora, intentando revivir su lado maternal guardado de hace unos años, hace hincapié en que Alejandra tome su café. Le dice: “aprovecha que está caliente, y que es la última taza que salió. Hoy se nos acaba el último paquete mi amor”. Alejandra, anestesiada por los efectos nocturnos de los sueños intenta tomar el primer sorbo.

6:10 am: “ayayay tu amor me enferma hasta ponerme tonta (…)” y un impacto acaba con la música para regresar al lóbrego silencio. Un rayo de sol que se cuela entre nubes decembrinas resquebraja el ojo izquierdo de Kevin. El señor Pedro, un hombre moreno, alto y musculoso, no puede negar su estirpe con Kevin, su hijo. Este decide verificar que el mismo se haya despertado. “Kevin, Kevin levántate. Los huevos están listos, y ya sabes que si no te apuras tu hermano se los come. Y ese era el último cartón que nos quedaba.”

7:12 am: La estación La California, del metro de Caracas, caracterizada en la mañana por adoptar a estudiantes de la Universidad Santa María, recibe a Alejandra y a Kevin. En tres vagones de distancia, al llegar a dicha estación emprenden su carrera a la parada de autobuses que se dirigen a la universidad diariamente.

7:20 am: La parada de autobuses tiene como principal misión aniquilar cualquier conmoción axiomática que haya logrado adentrarse en cada estudiante a tan temprana hora. La anarquía se presenta cercanamente a cada persona allí presente. Alejandra tiene 15 minutos frente al quiosco, ese que está frente a la bomba. La cola no se mueve y cada vez llegan más personas. Kevin ya está vía a la universidad.

Los alrededores del Unicentro el Marques son la verdadera alarma de los estudiantes. Intentar no desesperarse o sentir ansiedad desde el vagón hasta montarse en el autobús, es prácticamente imposible. Rodeados de semáforos, carros abusando del sonido de sus cornetas para que los carros avancen mientras intentan no atropellar a los estudiantes que se abalanzan sobre el rallado, cruzan desde la estación hasta la bomba de gasolina, de esta forma llegan rápidamente a los autobuses.

7:48 am: Alejandra se baja del autobús. Por fin llegó a la universidad. Se dirige a la feria para desayunar. Kevin está sentado en la misma con sus amigos. Conversan sobre la victoria del Real Madrid el día sábado.

8:00 am: “Por favor me da una empanada de queso para llevar y un nestea” le pide Alejandra al cajero que tiene cara de maratonista recién pasada la meta –cara de cansado pues-
No tienen bolsas para llevar. No llegan hace mucho tiempo. 

8:30 am: Kevin está sentado de primero en el salón de clases. No le gustan las morochitas que hablan de los premios EMAS en medio de la clase. Él sabe que en la clase del profesor de Diseño Gráfico hay que prestar atención. Enredarse es mas fácil que tejer sin saber que es una aguja. “quítense todos los accesorios o prendas de valor que puedan tener. Es un riesgo.” dice el profesor a sus estudiantes.

La ansiedad, miedos y preocupaciones son intérpretes primordiales de esta ciudad. Desde que el sol decide alejarse de su entorno magistral para brindarnos su luz, esta ciudad es azotada por distintos factores que nos agobian. Desde factores que pueden ser tan pequeños que a veces no tenemos capacidad de comprender el efecto que causan en nosotros. El hecho de que al abrir los ojos sintamos que nos adentramos a una batalla es una cachetada a ese intento que hacemos todas las noches por creer que el día siguiente será mejor, es una burla a esa creencia. Aun miles de venezolanos, y en este escrito hago hincapié en el caraqueño, optan por acostumbrarse a este estilo de vida. ¿Cómo huir de el? Es imposible.  El caraqueño opta por buscar el lado positivo del asunto.

10:30 am: “chamo vámonos ya, al parecer los motorizados van a trancar frente al Unicentro y los autobuses no van a seguir subiendo.” Un amigo a Kevin. Alejandra escucha el rumor de pasillo y opta por irse rápidamente a la cola de los autobuses para bajar lo más rápido posible. La corredera no para.

Caracas se ha convertido, como diría Cerati en “la ciudad de la furia”. Aquí las sorpresas no paran. Las noticias y rumores no paran. La corredera no cesa. La angustia no se va. Los caraqueños se han convertido en esclavos de una ansiedad que se ha vuelto inquilina de sus entrañas. Pero como siempre, algo bueno hay que buscar ¿no? Y es por eso que el Caraqueño es considerado audaz, tiene ojos hasta en la espalda, optimista, trabajador y sobre todo, venezolano.


Ah, y el Ávila. Siempre tendremos El Ávila.